Roque Dalton, poesía a perdigones y metralla granada

Pobrecito de mí, ahora que estoy muerto,

para más joder el día de los derechos humanos.

Pero… no iré a mi entierro, no les daré ese gusto.

R.G. Arévalo


Con una mano escribía poesía y con la otra mechaba cócteles molotov. Así era Roque Dalton, ese salvadoreño que creía fervientemente en la salvación de su pueblo. Un poeta convencidísimo de su labor como revolucionario, un guerrillero de versos escandalosos y coplas a punto de ebullición. Rebelde, apasionado, sarcástico, crédulo… en fin, perfecto para la traición.

Roque Dalton nació el 14 de mayo de 1935, tres años después de la insurrección campesina salvadoreña y tres antes de la muerte de César Vallejo. De padre norteamericano y madre salvadoreña, estudió en un colegio de Jesuitas y posteriormente en la Universidad Nacional de Chile. Fue un apasionado y sincero católico hasta que trató de entrevistar a Diego Rivera, a los 18 años. (El pintor sapo le dijo —así, sin más— que era un imbécil y que ya era hora de ponerse a leer a Marx.)

Se puede decir que ese desafortunado encuentro con el muralista mexicano cambió su vida, pasó de social cristiano a marxista militante. Su nuevo credo le permitió descubrir que El Salvador era un país bastante diferente a lo que decían los libros de texto: su Salvador turístico y pintoresco se convirtió de pronto en una tierra mísera y explotada.

Roque Dalton encontró en la poesía el instrumento para verter sus experiencias políticas y su visión de inconformidad. Muchos fueron los poetas e intelectuales que influyeron en su obra: César Vallejo, Saint John Perse, Jaques Prevert, Henri Michaux, Kafka, Brecht, por mencionar sólo algunos. Al igual que muchos escritores de su generación, partió del mundo nerudiano de las loas y cantos hacia una poética más comprometida con la realidad latinoamericana. Así lo escribió: “Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.”

Roque Dalton siempre evadió a sus enemigos. Varias veces fue encarcelado y varias veces salvó el pellejo al lograr escapes milagrosos. Cuenta doña María García Medrano, madre del poeta, que en uno de sus encierros “…puso en práctica su ingenio para fugarse: se valió de un trozo de madera para horadar la pared de la celda, que era de adobe, pero hubo un momento en que el pedazo de madera rozó en el duro cemento de la casa contigua y allí terminaron sus esperanzas de poderse fugar. Quiso la suerte que el día de Cristo Rey hubiese un fuerte temblor que botó el bloque de pared y quedó el agujero que él había horadado antes; y entonces, con facilidad, pudo escaparse”.

Si bien siempre esquivó a sus enemigos, Dalton no pudo eludir el ardid organizado por sus propios compañeros de lucha. Clarividente como suelen ser los poetas de sino aciago, escribió: “Lo peor es tener sólo enemigos. No, lo peor es tener sólo amigos”.

Y fueron ellos, sus camaradas, los que lo pusieron frente al paredón aquel 11 de mayo de 1975. Fueron ellos los que apretaron el gatillo y consumaron la infamia. Fueron ellos los que, arrepentidos, lo enterraron quién-sabe-dónde y lo convirtieron en mártir de estampita.

Hace ocho o nueve años uno de los verdugos de Dalton, el excombatiente Joaquín Villalobos, reconoció su participación en el asesinato. El exdirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo y del posterior Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, aseguró cínicamente que la muerte del poeta salvadoreño fue un “error de juventud”.

Como dice Eduardo Sancho: “Algunos poetas esperan la hora del mausoleo con una medallita heroica, otros se bajan con smoking de la cruz… a otros los entierran en un petate.”

¡Bang por la espalda!

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

porque se detendría la muerte y el reposo

…………..…………………………………………………….

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.

Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.

Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.


Texto: Arturo Pizá Malvido

Originalmente publicado en UniversoE, 2001

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