Witkin: entre los dioses y el SEMEFO

Me considero retratista pero no de gente,

sino de la condición del ser.

Mi esperanza no se centra en mostrar

la insania de nuestras vidas,

también pretendo que mi trabajo sea visto como

la historia de lo diverso y desesperado de nuestro tiempo.

JPW


El beso entre dos cadáveres putrefactos, dos simios crucificados, una Venus con tilín, naturaleza muerta con vísceras humanas, la mujer vampiro contorsionista, el feto anencefálico de Lucifer, un cuerpo obeso sin cabeza… Mirones de la esencia suprema, os halláis delante de las pasiones, discordias, culpas y vicios de Joel-Peter Witkin.

Mentiría si dijera que la obra de este fotógrafo estadounidense fortalece la fe, vigoriza la esperanza o aviva el amor. Mentiría también si dijera que su trabajo aspira a la divinidad por los métodos tradicionales. Para Witkin, la obstinada impureza permite acceder a la salvación, y es en la oscuridad y degradación, en lo abyecto y ruin es donde se encuentra la fuente de una nueva vitalidad.

Más que la simple postal incitante, la imagen sobre gelatina de Witkin es un "grito de existencia" falto de respuestas y lleno de preguntas: ¿qué es la belleza?, ¿existe la diferenciación de sexos?, ¿es posible que la vida y la muerte convivan felizmente en un encuadre? No pidamos explicaciones, conformémonos con esto: "Busco que mis fotografías sean tan poderosas como la última cosa que ve o recuerda una persona antes de morir". Une nature mort.

Transexuales, mutilados, enfermos, moribundos, travestis, homosexuales, pordioseros y difuntos habitan / comparten el caos witkiniano; un mundo aparte, perverso y sacrílego para las personas de estómago débil. Los seres invisibles, los indeseables, los silenciados por la sociedad son para este fotógrafo la manifestación de algo excepcional porque representan el poder de la piedad. Estos "olvidados" son manifestaciones de los posibles destinos de la humanidad. Trauma y desorden son, para él, la antecámara de la revelación.

Con la intención de ir más allá del simulacro, más allá de lo Tod Browning, sus monstruos míticos son exhibidos para resquebrajar nuestra perspectiva de la condición humana. Mientras más grande la barbarie y más hondo el delirio, mayor su aspiración hacia un mundo armónico y concorde. Su "espejo emocional" nos permite reconstruir figuraciones grotescas del medioevo y renacimiento. Así, la foto trucada de Witkin es una especie de tributo burlón a las majas y meninas, una revisión a las torturas, tragedias y excentricidades de Arcimboldo, Botticelli, Lorenzo Bernini, Velázquez, el Bosco y Tiziano (por señalar las referencias más evidentes).

La vida de Witkin es una larga cadena de sucesos traumáticos, la atrocidad moldeó su temperamento a muy temprana edad. A los seis años presenció un choque en el que una niña perdió la vida… y la cabeza. (Cuenta el fotógrafo que en un abrir y cerrar de ojos, quién sabe por qué mecanismos internos, se desprendió de la mano de su madre y corrió en dirección a la degollada para abrazar la cabeza, arrancada de cuajo). Presuntamente a partir de entonces su espíritu se llenó de imágenes apocalípticas y crudas.

Witkin nació en Brooklyn, Nueva York, en 1939. De padre judío ortodoxo y madre católica, el artista fue educado como a una hostia kosher, es decir, en medio de un pleito constante de dos visiones del mundo tan cercanas como opuestas. Al divorcio de sus padres siguió una etapa de fervor católico, debida seguramente a que él y sus dos hermanos quedaron bajo la tutela materna. (Joel-Peter, fotógrafo, es gemelo de Jerome, el pintor; tan parecidos como diferentes, tan unidos como distanciados.)

En 1955 Joel-Peter se hizo de una cámara Relleicord con la que tomó su primera fotografía en blanco y negro justo en el muelle donde fuera asesinado su padre pocos años antes. Según el fotógrafo, el gusto por lo sinistre se hizo más intenso durante su adolescencia, cuando asistió a un espectáculo de freaks en Coney Island. En esa feria se deslumbró con el hombre de las tres piernas, la mujer gallina y el hermafrodita con el que tuvo su primera experiencia sexual.

El espectáculo de la perversión de Witkin tiene puntos de encuentro con Buñuel, Artaud, Fellini y Jodorowsky: esa búsqueda de lo monstruoso y divino, la obsesión por el crimen fantástico, el empleo de objetos mitológicos, bizarros y trágicos. Los tableaux non vivants del neoyorquino se prestan a un sinnúmero de interpretaciones gracias a la manera en que trasforma a sus sujetos en objetos mediante una perspectiva, a la vez, paranoica e irracional. El rescate de la cámara obscura, la apariencia daguerrotípica, el negativo rallado a mano. Sin duda, Witkin es lo más interesante que le ha pasado a la fotografía norteamericana después de Robert Mapplethorpe.

Witkin busca a sus modelos en lugares que pasan desapercibidos para otros artistas: la calle, el basurero, el circo, el anfiteatro. Es precisamente en las morgues del mundo donde ha encontrado a sus mejores ejemplares, y México no podía ser la excepción. De su visita a nuestro país rescatamos lo siguiente:

"Me quedé en la ciudad de México unos días más, en espera de ese cuerpo que me hacía falta. Sabía que algo interesante iba a pasar. Era Navidad y recuerdo que mientras los mexicanos celebraban las fiestas, el servicio forense recogía cuerpos sin identificación, personas muertas no reclamadas. El último embarque llegó con cuatro cadáveres: un tipo atropellado, sin ningún chiste; un anciano poco fotogénico; un hombre acuchillado, nada interesante; y, al final, un maleante con cara de pocos amigos. Señalé al último y dije "lo quiero a él". Tomé algunas fotos y esperé a que le realizarán la necropsia para continuar. Fue durante la disección que el hombre empezó a cambiar. Lo juro, se le empezó a ir el alma. Mi traductor me dijo: «Está siendo juzgado en este preciso instante»".

Sadomasoquismo, mutilación, bestialidad, fetichismo, necrofilia y otros tabúes se convierten en revelaciones, o en retratos de una realidad que suprime límites y diferencias. Sacro y profano, vida y muerte, masculino y femenino, diabólico y celestial, materia y espíritu; en fin, la síntesis "perfecta".

Dejemos que este Virgilio nos lleve de la mano por ese camino surreal de instantes dicotómicos que se nos presenta delante. Total, a sus ojos, a su lente, todos somos cadáveres no reclamados sobre una plancha.

Recordad que no sólo a rezos se consigue el cielo, recordad que los últimos serán los primeros.

Texto: Arturo Pizá Malvido

Originalmente publicado en UniversoE, 2001

Regresar a TEXTÍCULOS